sábado, 2 de junio de 2012

NI EL VINO EN EL ROPERO.

Limpió toda la casa. No dejó raso sin tirar, grumo sin enjuague. Una noche sus estatuas se sentaron en el borde de la cama, para advertirle a la visita que no era bienvenida. Ël hubiera querido quejarse, pero los días daban razón a las estatuas. Aún en las fotos casuales, ellas, desde el fondo, hacían notar que todo estaba yéndose al carajo. Cuando no quedaba aire, ellas tenían letras de todo tipo, acomodadas, retórica en la calesita. Ni el vino en el ropero, ni el Chevy en la zanja, ni las devoradoras de entorno parando las tetas. La noche, en forma de vida, se hacía entender.

3 comentarios:

Geraldine, dijo...

Algo enloquecedor el relato...pero a veces hasta las paredes hablan....me imagino las estatuas...

Fasmid dijo...

Yo no estuve de acuerdo. Pero la persona acusó. Y todo salió bien. Desde ese momento, presto más atención.

Unknown dijo...

Estatuas...