Se derritió en las cortinas, con todo el bronce y su amor. Cuántas notas necesitó para que lo imaginen solamente. Lloró, vidrioso y de batín. Cinco días sin salir, faltando a todo para enjuagarse, encarnado; sin mariposas ni filetes.
Ahogado, pegajoso y sin fibra rodó por la escalera apenas decidido.
Ya afuera buscó La Nuez de Elvis, por no encargarse.
En la calle Deing, después de almorzar un nene, preguntó, ubicado y rápido: -"La Nuez de Elvis?". Esperó la sorna y la dilatación. Empezaba el ruedo. Humillaciones, el peligro físico, burbujas de humo, mujeres de negocios y cacheos instructivos apenas donarían una posibilidad fea.
La Nuez de Elvis.
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