viernes, 18 de enero de 2008

·Meyte.

Jinetes, ratones y lápices seguían en los carros horarios, fuertes y lentos, bobinados para reverdecer. Pestañas y lomos para sumar fantasmas. Los gangsters y mensúes reventaban sus encastres para sumar.
Las placas, gabinetes y las maderas livianas nos daban hambre. Pero Toby Ten podía poner su cuerpo a vibrar, jugando las fotos que todos querrían.
Se fumaba, se tomaba y alguien mostraba el culo. Esa era la base. Volver a casa, si había, era una posibilidad desesperada. Sólo emociones y todos decían querer morirse. La admisión de pulso era breve, pero la enjundia construía cada lucha tónica con el marco cromado y los músculos veteados.
Alguien, creo que Primo Ferhoulz, soldaba flujos de plata sobre los esqueletos que amanecían. De las tersas se ocupaba Meyte, que las había escrito a todas antes de que fueran vírgenes.

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