Adaptar el vocabulario para no ofender en los bares de agua fue lo último que Ferhoulz pudo concebir de cobrar un sueldo. Se expandió y abandonó los meridianos. Tego Arati se lo había advertido: -"No sigas", le dijo.
Ferhoulz tenía para entonces dos caballos de potencia. Montó uno y salió sin mirar. Tres gitanas lo aplaudieron llegando al puente. Estuvo nervioso hasta completar los cerros bajos. Las gitanas no aplauden a jinetes casuales y él lo sabía bien. Con eso y sin herraduras frescas, las propinas sanas y los culos livianos estaban lejos. Desmontó.
En un momento armó un tabaco gordo de tiraje moderado, para no perder la perspectiva.
Desde los eucaliptos salió y dijo: "-Soy Brena. Decime qué fumás y si te gustan mis piernas gordas". Sus piernas no eran gordas. Eran de músculo denso, no largas, cascadas de tajitos y con rodillas anudadas.
Ferhoulz forzó su vista hasta arriba. El único ojo de Brena seguía preguntando. Un parche a su lado decía Carl Zeiss en blanco y verde. "-Es tabaco. Sí, claro". No hablaron más. Cogieron apoyados en el lomo del caballo de fuerza, una hora. Ferhoulz se subió los pantalones y montó, esta vez para irse bajando los cerros bajos, ahora por el otro lado.
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