jueves, 11 de diciembre de 2008

UN RATO.


Necesitó un rato. Se sacó las zapatillas y pidió momentos a su brillo. Sin sueño ni sol ni dientes o grasa siguió gritando sin arreglar nada. Las señoras, las mujeres de piernas firmes, los machitos de pelo medio, rayado y reflejo, las corbatas negras y amarillas, el manto vivo de un payaso seguro, parlantes, dientes de oro diciéndole que no, que no se quede, que las caricias de la calle le iban a doler más que su cuello duro, que las piernas rotas de lo esperado.
Que la jubilación de las suertes trabajadas.
Apretó al miedo y sus huecos azules. No quiso saber sobre pies de princesa rotos y sin sangre. No quiso oler la madera, titanio o las velas. Opciones aturdidas de días sin oxígeno.
Y volvieron las canciones distraídas, con ojos nuevos de nervio y consecuencia.
Vistió cada espalda y señaló cada lugar para que no oscurezca tan temprano.

No hay comentarios: