Perdido se agachó y atipló la voz para recitar El Cuervo. Todos se rieron y él pudo respirar otro rato.
Sintió Perdido la vergüenza, pero pasó y con aire nuevo supo que quizá tendría, ese día, que enterrar a los o2ers.
Bailaría ese día, más, sin espejo ni calzado. Las oportunidades pasarían en do, y ya descalzo para que la sangre limpie entre sus dedos. Bailarín de generaciones atravesadas, empijado y con dientes viejos.
Llegaría, con ese aire y más cuervos bien alimentados.